sábado, 29 de noviembre de 2008

La cordillera, yo y la lección

Yo me acuerdo del momento en el que llegué al filo del cerro Tres Reyes, en Bariloche. En realidad, lo que me acuerdo es el viento fuerte, las manos heladas y húmedas de nieve. Recuerdo la dificultad para trepar una roca muy grande, recuerdo lograr pasar y ver
ver la cordillera infinita a lo largo e inmensa a lo ancho, el viento que me tumba,
recuerdo sentir que casi no existo, que mi pequeñez es infinita a lo largo e inmensa a lo ancho,
como la cordillera,
que grande y abierta me da una lección,
infinita a lo largo e inmensa a lo ancho.
No sé escribir canciones, no creo en este tipo de terapias,
creo en mis pies y en el suelo
sé de mis rodillas y mis muslos
siento el centro en la pelvis y sé jugar con mis caderas
sé tocar las manos de los hombres con mi cintura,
porque yo los toco a ellos
yo los miro a los ojos
y los desnudo primero
entonces después se quedarme en cuero
se estar sola... allí
y juntar el coraje.
Tengo una postura para tejer y una para soñar,
aunque a veces me duela la espalda
y los pensamientos.

Una trama
unos puntos sueltos
a veces
la sensación de que no sé bien cómo hacerlo.

Pienso que mi pulóver me abrigará y me abrazará con tu cuerpo puesto
y mis manos te tocarán cada vez que te lo pongas
abrazo mio que te abraza

mi trama
la de mis manos
y la lana
en tu cuerpo
besándote los hombros.
Yo necesito respuestas

Yo necesito restaurantes
yo necesito resultados
yo necesito retiros
yo necesito retornos
yo necesito revelaciones
yo necesito reversos
yo necesito revolcones
yo necesito revoluciones
yo necesito riberas
yo necesito riendas
yo necesito riesgos

Yo necesito rodar

La lacerante maravilla

Pienso en un pueblo pequeño, en una soleada Italia, pienso en las callecitas angostas, en casas de piedra vieja que parecieran estar allí desde el principio de los tiempos.
Pienso en dos miradas tímidas que se buscan y se esconden, pienso y siento los nervios, la noche del baile que se acerca y el corazón de un pueblo que late, que late.
Pienso en una calle llena de lucecitas de colores, en una noche calurosa, veo muchachos agrupados en las esquinas, gomina y perfume... y las miradas que fulminan a las jovencitas que ahora pasan junto a sus madres apurando el paso y respirando profundo para contener la exitación.
Desde muy lejos ha llegado una orquesta con su cantante, en un pequeño escenario hilarán con sus canciones las pasiones arrebatadas, lo prohibido, la esperanza para algunos de conocer al fin el sabor de película de los besos.
Pienso en las muchachas que esperan casarse, en algún desafortunado a quien su amor no le corresponde, pienso nuevamente en aquellas dos miradas que se buscan, veo que se quieren, que se encuentran, que bailan y que la música y el calor los envuelven, pienso que él se atreve a besarla y bailan y se miran y se besan y que una vida simple recorrerá sus días de pobreza y esfuerzo... y pienso ahora mismo, y los veo, ya viejos, dos miradas cómplices.
¿Qué cosas guardar? ¿Con qué quedarse? Como quien debe atesorar y proteger, como quien se despide con tristeza y debe elegir. Eso, tan sencillo como ir hasta el fondo, cruzar el jardín y sacar un tomate de la huerta.
Sin embargo, tanta tierra removida, tanta pala, palita, tanta lombriz que saltó de golpe y qué susto... tantas uñas negras, tanto plantín, tanto sol, tanta agua...
Entonces pienso que no es sencillo, que nada lo es, que todo es historia y que elegir algo o a alguien es mucho más que eso de ir y agarrar el tomate y mirar su color tan rojo, acercarlo a la nariz, olerlo profundamente, incluso quizás rozar su suave piel en nuestras mejillas....


¿Qué cosas guardar?